Cuando parecía que el carbón iniciaba un declive irreversible ante el auge de otras energías, la crisis del petróleo le dio una nueva vida. Se ampliaron explotaciones y la necesidad de mano de obra propició la llegada masiva de inmigrantes, sobre todo de Portugal y Cabo Verde. Las cuencas serían un ejemplo de convivencia, a la vez que los sueldos subían y el dinero fluía. Era la fiebre del oro negro.