Hay quienes han acariciado la oscuridad con sus manos, con sus cuerpos, con sus mentes y con sus almas. Otros han tenido que aprender a convivir con la ausencia de aquellos que se han ido. Son las historias que nos deja una pandemia que en el 2020 puso al mundo en jaque con un solo movimiento: La COVID-19. El coronavirus nos sorprendió, nos dejo sin estrategia, sin forma de mover pieza. El mundo enmudeció y el miedo dio un grito que retumbó en las calles vacías. Su eco se escuchó en todos los rincones, se extendió a lo ancho y largo del globo terráqueo y llegó la noche.
Pero con el amanecer volvieron los sonidos, los aplausos y la música, que rompieron la soledad del silencio. Entonces volvimos a vivir. Sin saberlo, nos convertimos en otra civilización que consiguió hacer frente a una plaga en forma de virus. Nos convertimos en seres resilientes una vez más.
Este año nos hemos golpeado fuerte y tenemos heridas. Unas son más profundas, otras simples rasguños. Habrá que curarlas bien y esperar. Dejar que pase el tiempo y que se conviertan en una marca, un recuerdo del camino que recorrimos en la vida.