Premio Castilla y León 2003

Aldecoa, Josefina

Entró en contacto con la literatura en la Biblioteca Azcárate de León, a través de don Antonio de Lama, coincidiendo con la tertulia fundacional de la revista poética Espadaña.

Josefina Aldecoa (Josefina Rodríguez Álvarez, La Robla, León, 1926). Premio Castilla y León 2003. Entró en contacto con la literatura en la Biblioteca Azcárate de León, a través de don Antonio de Lama, coincidiendo con la tertulia fundacional de la revista poética Espadaña. Era 1944.

En realidad, toda la literatura leonesa de posguerra, hasta mediados los sesenta, articuló sus primeros balbuceos en torno al pupitre de aquel cura orillado por la jerarquía eclesiástica.

Josefina Rodríguez estudió Filosofía y Letras en Madrid, donde conoció a los integrantes de la generación del medio siglo: Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite, Juan Benet, Medardo Fraile, Alfonso Sastre e Ignacio Aldecoa, con quien se casará en 1952.

El viaje de novios lo hacen por la montaña leonesa. Participan en la aventura de Revista Española; para sus páginas, Josefina traduce el primer cuento de Truman Capote publicado en España. Luego hace la tesis doctoral, que verá la luz en 1959 con el título de El arte del niño, y se dedica a la enseñanza, poniendo en pie el colegio Estilo, uno de los centros educativos con más prestigio en la capital de España.

En 1961, publica su primer libro de relatos: A ninguna parte. Después desaparece de la escena literaria durante más de veinte años. Una selección de los cuentos de su marido, en 1976, supone el regreso literario de Josefina Aldecoa, que antepone a la antología una introducción cargada de admiración y confesiones biográficas. Siete años más tarde, en 1983, reúne en Los niños de la guerra textos y semblanzas de sus compañeros generacionales urdidos con una emotiva evocación de la memoria colectiva.

La enredadera (1984) fue su primera novela, y en ella ya están los ingredientes que recorren su obra narrativa: los rastros implacables de la memoria, la seducción del paisaje, la reflexión íntima, la conciencia de mujer, el lenguaje preciso, la aventura en el tiempo, los lastres heredados, la lucha por la libertad individual. Porque éramos jóvenes (1986) narra la búsqueda de un espejismo, el acercamiento desde tres ópticas complementarias —un amigo, su viuda y un antiguo amor— a la figura de un hombre muerto. El vergel (1988) es una novela circular sobre el desencuentro y ruptura de una pareja.

Si estos primeros títulos inciden en una cierta revisión de la peripecia sentimental de una generación, la trilogía narrativa que ve la luz en los noventa supone el repaso de una frustración histórica. Historia de una maestra (1990) recrea la ilusión colectiva de la juventud republicana, su lucha por ocupar el lugar que les había destinado la historia. Mujeres de negro (1994) dibuja el paisaje después de la batalla, la crónica desolada del exilio, la enlutada supervivencia de Gabriela, la protagonista del ciclo narrativo, y la rebeldía de su hija Juana, su regreso al Madrid universitario de los cincuenta. La fuerza del destino (1997), que cierra la trilogía, es una novela marcada por el contrapunto entre la soledad y la nostalgia.

Fiebre (2001) reúne dos relatos ya publicados en A ninguna parte (1961), que dibujan el mundo tenebroso de la primera posguerra, con nuevos cuentos en los que se aborda la encrucijada de la mujer madura en un mundo voraz y despiadado.

El enigma (2002) incide en los conflictos sentimentales y en el fracaso de la pareja. En la distancia (2004) recoge sus memorias, que fluyen en un murmullo sutil, como de confidencia. La casa gris (2005) apareció después de medio siglo durmiendo en una carpeta. Su contención lírica y su atmósfera exótica no encajaban con aquella literatura testimonial de los enclaves menestrales y los lenguajes de los oficios.

En 2006 publica Historia de una maestra, que se convertirá en su novela más leída. Su libro más reciente es Hermanas, publicado en 2008. "Siempre quise escribir una historia romántica, una historia de amor. Y al final lo he conseguido", dice la autora.

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  • El arte del niño (1959). Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Tesis doctoral.
  • A ninguna parte (1961). Arión. (2004) Menoscuarto. Cuentos.
  • Los niños de la guerra (1983). Anaya.
  • La enredadera (1984). Seix Barral. (1999). Anagrama.
  • Porque éramos jóvenes (1986). Seix Barral. (1996). Anagrama.
  • El vergel (1988). Seix Barral. (2003). Alfaguara.
  • Cuento para Susana (1988). Anaya. (2003). Alfaguara.
  • Historia de una maestra (1990). Anagrama.
  • Los viejos domingos (1992). Biblioteca de El Sol. Cuentos.
  • Mujeres de negro (1994). Anagrama.
  • La fuerza del destino (1997). Anagrama.
  • Confesiones de una abuela (1998). Temas de Hoy.
  • Pinko y su perro (1998). Ediciones SM.
  • Fiebre (2001). Anagrama. Cuentos.
  • El enigma (2002). Alfaguara.
  • En la distancia (2004). Alfaguara. Memorias.
  • La casa gris (2005). Alfaguara.
  • Historia de una maestra (2006). Alfaguara.
  • Hermanas (2008). Alfaguara.
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Primera parte: El comienzo de un sueño Contar mi vida...

No sé por dónde empezar. Una vida la recuerdas a saltos, a golpes. De repente te viene a la memoria un pasaje y se te ilumina la escena del recuerdo. Lo ves todo transparente, clarísimo y hasta parece que lo entiendes. Entiendes lo que está pasando allí aunque no lo entendieras cuando sucedió...

Otras veces tratas de recordar hechos que fueron importantes, acontecimientos que marcaron tu vida y no logras recrearlos, sacarlos a la superficie... Si tienes paciencia y me escuchas y luego te las arreglas para ir poniendo orden en la baraja... Si tú te encargas de buscar explicaciones a tantas cosas que para mí están muy oscuras, entonces lo intentamos. Pero poco a poco, como me vaya saliendo. No me pidas que te cuente mi vida desde el principio y luego, todo seguido año tras año. No hay vida que se recuerde así...

Para mí, por ejemplo está muy claro el día que di por terminada la carrera. Yo acababa de cumplir diecinueve años. Era un día de octubre de 1923. Lloviznaba. Desde muy temprano había contemplado por la ventana los árboles del parque cubiertos de una gasa tenue y abajo, al final de la ladera, un poco de luz lechosa, como una nube o un ovillo de hilos enredados que flotaba sobre el suelo.

Al levantar el sol, cuando sólo quedaban jirones de niebla enganchados en los rincones más sombríos, por la ciudad se extendería un clamor de sonidos mezclados; cascos de caballos, bocinas de automóviles, gritos de niños, voces de vendedores ambulantes. La ciudad era Oviedo y yo conocía sus amaneceres porque llevaba mucho tiempo viviendo allí, en la pensión de una familia que, como yo, procedía de un pueblo leonés situado en la línea de montañas que separa Asturias de la meseta.

En Oviedo estudié tres cursos y ese día y a esa hora que tan bien recuerdo estaba llegando a una meta. A las diez de la mañana en la Escuela Normal, nos reuniríamos las compañeras. Recogeríamos libros, certificados; intercambiaríamos apuntes que nos iban a servir algún día para las oposiciones y nos despediríamos. Unas seguirían en la ciudad. Otras emprenderíamos el regreso a casa.

A las diez, yo vería una vez más mi nombre escrito entre otros muchos: Gabriela López Pardo, Maestra... El fin de una etapa y el comienzo de un sueño. Historia de una maestra.