La hipertensión pulmonar es una de esas enfermedades raras para la que hay tratamiento pero no cura. Afecta a una de cada tres millones de personas. Quienes la padecen ven limitados ciertos aspectos de su vida.
Es el caso de Ángel. Un niño de siete años a quien le encanta jugar al fútbol pero que ya es consciente de sus propias limitaciones. “Se cansa” dice Sonia, su madre. “En reposo tiene 120 pulsaciones por minuto”.
A Ángel la hipertensión pulmonar le viene derivada de otra enfermedad, la hipertensión portal, un trombo en la vena que va del bazo al hígado. Por eso su familia cree que si es operado de ésta, la pulmonar también remitirá. De momento Ángel sigue un tratamiento que cubre la sanidad pública y que cuesta alrededor de 600 euros al mes.
La hipertensión pulmonar afecta a las arterias pulmonares. A largo plazo puede provocar un paro cardíaco. Sin tratamiento, en dos o tres años el enfermo puede morir. Por eso es tan necesaria la investigación. No sólo ya para encontrar una posible cura, si no también para mejorar esos tratamientos, para encontrar nuevos medicamentos que eviten pruebas con mayor riesgo y efectos secuendarios.
El catedrático en Fisiología, Constancio González, lidera un grupo de investigación en el IBGM de la Facultad de Medicina de Valladolid que forma parte del Proyecto Enpathy. En este proyecto, creado por la Fundación contra la Hipertensión Pulmonar, participan catorce universidades y hospitales de toda España.
Constancio González y su equipo se encargan de comprobar si la falta de oxígeno en ratas produce alteraciones en la síntesis de óxido nítrico, un gas de que se genera en nuestro cuerpo y que podría ser la clave en el origen de esta enfermedad.
ENLACES RELACIONADOS