Han sido unos días un tanto extraños para René González y su familia. Jamás pensó que los últimos días de 2014 los iba a pasar en el hospital. Pero no en una habitación cualquiera, si no en la unidad de aislamiento acondicionada para albergar los casos de ébola.
Los últimos años los ha pasado en Sierra Leona. René es misionero agustino. Trabaja a pie de calle con quien solicite su ayuda. No ha estado en contacto directo con enfermos de ébola, pero sí ha vivido en uno de los países africanos más castigados por este virus.
Por eso cuando llegó a Bruselas procedente de Sierra Leona, las autoridades sanitarias comprobaron uno a uno la temperatura de los 180 pasajeros que viajaban en ese avión. Los responsables de su orden religiosa ya habían puesto sobre aviso al gobierno español. Lo único que René debía hacer es tener a mano el termómetro durante los próximos 21 días.
Y así lo hizo. Dos veces al día se tomaba la temperatura. Una de esas veces dio 37,7 grados. En un principio pensó que tenía malaria. René se conoce al dedillo los síntomas del ébola y sólo tenía fiebre pero decidió llamar al Hospital Río Hortega porque no quería arriesgarse.
Por precaución la consejería de Sanidad activó el protocolo. Trasladaron a René y a sus padres, que habían mantenido contacto directo con él desde que llegó a España, al hospital y precintaron su casa. Veinte minutos antes de recibir el resultado del primer PCR René estaba recibiendo en su móvil mensajes desde Sierra Leona. Fotos de las fosas comunes donde entierran a los fallecidos por el virus. En aquel momento, el misionero vallisoletano reconoce que se puso nervioso.
El primer negativo y el segundo después confirmaron más tardes las sospechas de René. Tan sólo se trataba de un resfriado. Una buena noticia que, sin embargo, contrasta con la situación que millones de personas siguen viviendo en África, epicentro del ébola.
René aprovecha su momentánea popularidad para hacer un llamamiento. El problema está en África y es desde allí donde se debe luchar contra el ébola.