Ávila

San Juan del Olmo

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Grajos, hoy San Juan del Olmo.

Así empieza su pasodoble, porque a pesar del cambio de nombre que sufrió el pueblo, sus habitantes siempre serán grajenses, grajos de corazón.

San Juan del Olmo no es solo un conjunto de casas, no es solo un lugar material y objetivo, sino que tiene alma, un alma con miles de años, miles de vivencias, recuerdos, vidas enteras que comenzaron y acabaron aquí, tradición, cultura, costumbres, familia. Como una gran familia, generaciones y generaciones han llenado estas calles de vida, de esperanza, de ilusión, han trabajado siempre unidas, buscando lo mejor para el pueblo y sus habitantes, compartiendo y convirtiéndose en ejemplo de solidaridad.

Quizás tiene que ver con que es un pequeño pueblo, escondido en la Sierra de Ávila, tras el Alto de las Fuentes, que cobija a una de sus joyas más preciadas: la Ermita de la Virgen de las Fuentes. Esta ermita, además de ser una auténtica obra de arte arquitectónico, es y ha sido el amparo y consuelo de los grajenses desde que su imagen fue encontrada por un pastor en una laguna cercana. Bajo sus piedras nace el río Almar y las leyendas que la rodean cautivan a cualquiera, como poco es magia.

Bajando un poquito el puerto, entre montañas, piedras y mucha sierra, se encuentras este montón de casas de piedra, con sus tejados a dos aguas y sus típicos portalillos. Es increíble cómo la arquitectura es capaz de transportarte a tiempos pasados, cómo es capaz de albergar tanta vida y tantas historias y alimentarse de ellas para transmitir su energía a cualquiera que acuda.

Además, este pueblo siempre ha sido ganadero, más ganadero que agricultor, pues el terreno escarpado de la sierra, lleno de enormes rocas, cuestas, desniveles, etc., no es el mejor para grandes cultivos. Es digno de admirar lo felices que viven aquí los animales: vacas, ovejas, burros, caballos, todos ellos pastando apaciblemente y en perfecta armonía. A pesar de ello, todo terreno útil se labraba y todas las familias tenían (y la mayoría siguen teniendo) sus propios huertos para abastecerse durante el año.

Gracias a ello se conservan muchas herramientas y construcciones que, para la mayoría, hoy ya viven en el olvido y que aquí se cuidan como oro en paño: los potros para errar, la noria, los molinos, el trillo… Los restos  materiales de su historia, en definitiva. Y es increíble poder conocer el pasado a través de ellos y compararlo con el presente.

Los abuelos cuentan miles de historias y anécdotas, en las que tenían que irse a otros pueblos en burro para vender la ropa que tejían, la leche que ordeñaban o los quesos que hacían y cómo el señor más rico del pueblo ponía la radio del coche en la plaza para que todos escuchasen las noticias de la guerra. La vida era más dura que ahora y los medios mucho más reducidos y aun así no tenían menos de lo que tenemos ahora. Quizás tenga que ver su localización con la solidaridad que caracteriza esta zona, en la que la única forma de avanzar es hacerlo juntos, acogiendo y ayudando a cuantos lo necesiten y arrimando siempre el hombro para hacer de este pueblo cada día un lugar todavía mejor. Esa es la esencia del carácter serrano.

San Juan del Olmo es un pueblo precioso, abrazado y acunado por la Sierra de Ávila, con un estilo serrano arquitectónico cuidado y mantenido; donde las calles huelen a chimenea y se sienten hogar y donde el campo, los prados, las montañas solo acaban en el horizonte; los atardeceres tienen miles de colores y tan intensos que nunca verás dos iguales; rutas turísticas, senderos, la necrópolis de la Coba, la Ermita de las Fuentes, los caños que traen el agua más fresca de la sierra… Un paraje natural idílico donde volver a conectar con uno mismo, con las raíces, con el pasado, con el presente y con el triste futuro que se augura a los pequeños pueblos como este, Grajos, hoy San Juan del Olmo.