La mujer entra en la sala callada, firme y segura. Ya ha concedido más entrevistas y no tiene miedo de contar su historia. Además, le acompañan dos centinelas. Decide ocultar su identidad para que no se le reconozca fácilmente. Sin duda, un testimonio así no se escucha todos los días.
"Llegué a España para trabajar y pagar una deuda que tenía en mi país, pero no conseguí encontrar trabajo y me hablaron de los pisos", empieza a relatar. Repite una y otra vez lo agradecida que se siente con los profesionales de ACLAD. Esta asociación, con sede en Valladolid, fue la que consiguió que saliera de "aquel pozo de agua turbia", como ella lo califica. "Emocionalmente estaba hecha un manojo de nervios". Tenía miedo por si la llamaban sus hijos o sus padres. "Tenía que correr a esconderme para que no vieran por cámara dónde estaba o lo que tenía puesto", añade.
Y lo reitera su psicóloga Rebeca Collantes: "Tienen mucha desconfianza, no saben qué vamos a hacer con esa información y también temen que sus familias lo descubran", concluye.
Un objeto de carne y hueso
La cosificación en los lugares donde se ejerce la prostitución está a la orden del día: "Eres un objeto, les perteneces", comenta la mujer. También son frecuentes los cambios de localización y tienen que moverse "porque, a lo que ellos llaman clientes, necesitan ver cosas nuevas, chicas nuevas".
Se le quiebra la voz cuando rememora las jornadas maratonianas que les obligaban a cumplir y la deshumanización que sufrían en cualquier circunstancia: "No importa las condiciones... que tú estuvieras con tu periodo. Al cliente había que atenderlo. Trabajábamos de las 9 de la mañana a 11 de la noche todos los días".
Este sacrificio nunca era recompensado. Los dueños de los pisos ponían los precios, organizaban la recaudación y después les daban a las chicas la parte correspondiente, normalmente, un porcentaje mínimo.
Secuelas psicológicas
Ella sufrió obesidad pero, según su psicóloga, la peor consecuencia de vivir algo así es la soledad: "Creen que muchas cosas de las que ellas viven solo les ocurre a ellas y esa no es la realidad". Asociaciones como ACLAD acuden a las zonas donde sospechan que puede haber casos de explotación sexual y ofrecen ayuda a todas las mujeres que deseen salir de ese bucle. Esta asociación ha atendido a más de 900 mujeres en esta situación desde el 1 enero de 2020.