El Tormes en Salamanca, el Eresma en Segovia o el Pisuerga en Valladolid transformaron las ciudades y dotaron de carácter muchos de los parques y jardines. Estos acuosos protagonistas traen consigo una vegetación y una fauna propia que debe convivir, en muchos casos, con una más domesticada. En el caso del Parque de la Isla en Burgos, el Arlanzón marca su trazado, pero no es lo único.