El islamismo toma la delantera en la primera parte de las elecciones de Egipto, si bien aún quedan otras fases. Entre los hermanos musulmanes y los salafistas acaparan el sesenta por ciento del sufragio. Lo hacen tras los primeros comicios de la era psot-Mubarak, el rais defenestrado en febrero en el contagio a orillas del Nilo de las frevueltas tunecinas.
Es parte de una Primavera Árabe que se ha convertido ya en un fenómeno que ocupa cuatro estaciones. Avanza mucho más despacio de los que se predijo cuando comenzaron a caer los autócratas. Entre la dimisión del tunecino Ben Alí y la de Hosni Mubarak no medió ni un mes y las protestas se propagaron con rapidez desde la antigua Cartago hasta El Cairo, Trípoli, Saná y Damasco. Eso hizo presagiar un efecto dominó en el mundo árabe que aún está en proceso y que no ha sido uniforme.
En Libia las revueltas desembocaron en una guerra civil que terminó con el linchamiento hasta la muerte de Muamar Gadafi. El presidnete Abulá Saleh ha tardado más de medio año en dejar el poder en Yemen. Mientras, en Siria Bashar Al Assad sigue aferrándose al cetro dictatorial que heredó de su padre dejando a su país nadando en charcos de sangre.