El mejor embajador literario de Castilla y Léon

Delibes Setién, Miguel

Determinantes en el nacimiento de su vocación literaria son la afición a la lectura que le contagia Ángeles de Castro y el Curso de Derecho Mercantil de don Joaquín Garrigues.

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Miguel Delibes Setién (Valladolid, 1920-2010). Premio Castilla y León de las Letras 1984. Tras cursar estudios en el colegio de La Salle, el joven Delibes estudia Derecho y Comercio, disciplinas hacia las que, en principio, decide orientar su futuro profesional. Casi por casualidad, ingresa en 1941 como caricaturista en El Norte de Castilla (firmará sus colaboraciones gráficas con el pseudónimo Max) donde tendrá sus primeras y modestas experiencias con la escritura creativa: redactará necrológicas, avisos, sucesos y crónicas deportivas. Determinantes en el nacimiento de su vocación literaria son la afición a la lectura que le contagia Ángeles de Castro (su novia y más tarde, desde 1946, mujer) y el Curso de Derecho Mercantil de don Joaquín Garrigues, un orteguiano de estilo preciso y brillante.

Su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (1948), obtuvo el Premio Nadal e inició una larga y fructífera alianza entre Delibes y la editorial que publicará la mayoría de sus obras. Correspondencia 1948-1986 (2002) recoge el interesantísimo intercambio epistolar entre el novelista y su editor de Destino, José Vergés. Aún es de día (1949) es un relato tremendista que padeció una despiadada poda de la censura.

Después de esta etapa de tanteo, su tercera novela, El camino (1950), refrendó la estatura literaria de Delibes. A esta fase de formación, en la que el autor acuña un lenguaje personal y perfecciona su técnica narrativa, pertenecen también Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (Premio Nacional, 1955), Diario de un emigrante (1958), La hoja roja (1959) y Las ratas (Premio de la Crítica, 1962), probablemente su novela más social.

Delibes ya es catedrático de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de Valladolid, desde 1945, y ha ido subiendo peldaños en El Norte de Castilla: de redactor asciende a subdirector en 1953 y de ahí pasará a dirigir el periódico a partir de 1958. Bajo su tutela, darán sus primeros pasos periodísticos jóvenes por entonces desconocidos, como José Jiménez Lozano, Francisco Umbral, César Alonso de los Ríos o Manuel Leguineche. En 1963, tras múltiples fricciones con la censura, se ve obligado a dimitir de la dirección del periódico, aunque el compromiso con los temas más hirientes de nuestro tiempo y de nuestra tierra seguirá impulsando su literatura.

El largo monólogo de Cinco horas con Mario (1966), una de las obras maestras de Delibes, satiriza la mediocridad de las clases medias surgidas al amparo del desarrollismo y abre una de las etapas más fecundas de su producción novelesca, marcada por la experimentación de nuevas técnicas y por la denuncia del problemático encaje social del individuo. Parábola del náufrago (1969) constituye la única incursión de Delibes en el territorio de la novela experimental y denuncia la deshumanización de los sistemas totalitarios "del Este y del Oeste", que degradan al individuo. En 1973, es elegido miembro de la Real Academia Española y publica El príncipe destronado, que abre la espita de un asunto recurrente en su obra: la evidencia de las heridas abiertas por la Guerra Civil, que monopoliza Las guerras de nuestros antepasados (1975).

Tras una crisis personal debida al fallecimiento en 1974 de su esposa, Delibes publica El disputado voto del señor Cayo (1978), una alabanza de aldea y menosprecio de Corte con el telón de fondo de las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco, y resurge con Los santos inocentes (1981), que supo acercar al gran público la denuncia implacable del moderno feudalismo. Aquella historia punzante triunfó luego en el cine sin perder el sello del novelista, y contribuiría a multiplicar el cliché cívico del autor, la imagen de un escritor cabal admirado por sus lectores y respetado incluso por los depredadores de iconos. A lo largo de la década publica otras novelas: Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), El tesoro (1985) y Madera de héroe (Premio Ciudad de Barcelona, 1987), que revisa la educación sentimental y las estancias bélicas de la juventud del protagonista, los desaires de la vida, un proceso de maduración personal que le lleva a interrogarse al cabo de los años por la legitimidad de unas ideas asumidas entonces con fe de carbonero. Estamos ante otra de sus novelas grandes, una purga del corazón que afecta a las creencias personales y también a las consignas ambientales. Se ha dicho que Delibes es un maestro en la novelización del punto de vista, en la interiorización del sistema de valores de sus personajes. Con Madera de héroe revisa el fracaso de las certidumbres juveniles y la miseria moral de una ciudad poseída por el entusiasmo en circunstancias tan poco propicias para la algarabía.

Los ochenta inician la sucesión de recompensas institucionales a una trayectoria literaria ejemplar: Príncipe de Asturias (1982); Castilla y León de las Letras (1984); Nacional de las Letras Españolas (1991); y el Cervantes (1993). Hasta finales de los noventa siguieron apareciendo nuevas obras: Señora de rojo sobre fondo gris (1991), una elegía con tintes autobiográficos; Diario de un jubilado (1995) recupera como personaje al cazador Lorenzo, que ya no está para muchos trotes cinegéticos pero en cambio sí tiene ánimos para echarse una amante.

Cuando Delibes dio a la luz, en el otoño de 1998, su novela El hereje, la crítica y su legión de fieles lectores aguardaban uno de esos textos epigonales que la indulgencia echa enseguida en el olvido. Pero saltó la sorpresa de un novelón de medio millar de páginas: un friso histórico por el que transitan nobles y villanos, menestrales, clérigos, labradores y comerciantes; un cuadro que enmarca un entramado de vidas con voluntad coral; un personaje, Cipriano Salcedo, una pasión, la libertad de conciencia, y un paisaje, el Valladolid imperial. El hereje obtuvo el Premio Nacional de Narrativa a la mejor novela del año.

El volumen Viejas historias y cuentos completos (2006) recoge sus relatos. También han pasado a los libros sus crónicas viajeras por Europa y América, la anotación de sus aventuras como cazador y pescador, varios ensayos sobre la censura o la creación literaria de sus coetáneos, colecciones de artículos, algún dietario y su visión de nuestra tierra, que se hace explícita en Castilla, lo castellano y los castellanos (1979) y Castilla habla (1986).

Su fallecimiento, en marzo de 2010, tuvo amplio eco en los medios de comunicación de todo el mundo, y su capilla ardiente, instalada en el ayuntamiento de Valladolid, desencadenó una de las movilizaciones populares más intensas que se recuerdan en la ciudad.

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NARRATIVA

  • La sombra del ciprés es alargada (1948). Destino.
  • Aún es de día (1949). Destino.
  • El camino (1950). Destino.
  • Mi idolatrado hijo Sisí (1953). Destino.
  • El loco (1953). Ediciones Cid. Novela corta posteriormente recogida en Siestas con viento sur.
  • La partida (1954). Luis de Caralt. (1967). Alianza. Relatos.
  • Diario de un cazador (1955). Destino.
  • Siestas con viento sur (1957). Destino. Relatos.
  • La mortaja (1957). Novela corta incluida en Siestas con viento sur. Y después publicada junto a otros relatos dando título al volumen (1970) Alianza.
  • Diario de un emigrante (1958). Destino.
  • La hoja roja (1959). Destino. (1987). Destino. Versión teatral.
  • Las ratas (1962). Destino.
  • Viejas historias de Castilla la Vieja (1964). Lumen. Con fotografías de Ramón Masats. Relatos.
  • Cinco horas con Mario (1966). Destino. (1981). Espasa Calpe. Versión teatral.
  • Parábola del náufrago (1969). Destino.
  • El príncipe destronado (1973). Destino.
  • Las guerras de nuestros antepasados (1975). Destino. (1990). Destino. Versión teatral.
  • El disputado voto del señor Cayo (1978). Destino.
  • Los santos inocentes (1981). Planeta. (1983). Seix Barral.
  • Tres pájaros de cuenta (1982). Miñón. (2003). R que R. (2006). Destino. Libro infantil.
  • Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983). Destino.
  • El tesoro (1985). Destino.
  • 377A, Madera de héroe (1987). Destino.
  • Señora de rojo sobre fondo gris (1991). Destino.
  • El conejo (1991). Compañía Europea de Comunicación e Información. Cuentos.
  • Un deporte de caballeros (1993). Destino. Libro infantil.
  • Diario de un jubilado (1995). Destino.
  • El hereje (1998). Destino.
  • Viejas historias y cuentos completos (2006). Menoscuarto. Recopilación de toda la narrativa breve completa.

LIBROS DE VIAJES

  • Un novelista descubre América (Chile en el ojo ajeno) (1956). Editora Nacional.
  • Por esos mundos. Sudamérica con escala en Canarias (1961). Destino. Reedición del libro anterior con un capítulo añadido sobre Canarias.
  • Europa: parada y fonda (1963). Ediciones Cid. (1981). Plaza & Janés.
  • Usa y yo (1966). Destino.
  • La primavera de Praga (1968). Alianza. (1985). Destino.
  • Dos viajes en automóvil: Suecia y los Países Bajos (1982). Plaza & Janés.

LIBROS DE CAZA Y PESCA

  • La caza de la perdiz roja (1963). Lumen. (1988). Destino. Con fotografías de Oriol Maspons.
  • El libro de la caza menor (1964). Destino. Con fotografías de Francisco Ontañón.
  • Con la escopeta al hombro (1970). Destino.
  • La caza en España (1972). Alianza. Con fotografías de Oriol Maspons.
  • Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1977). Destino.
  • Mis amigas las truchas (1977). Destino.
  • Dos días de caza (1980). Destino.
  • Las perdices del domingo (1981). Destino.
  • El último coto (1992). Destino.

OTRAS

  • Vivir al día (1968). Destino. Selección de artículos de prensa.
  • Mi mundo y el mundo (1970). Miñón. (1990). Susaeta. (1999). Edilesa. Antología de textos para niños.
  • Castilla en mi obra (1972). Magisterio Español.
  • Un año de mi vida (1979). Destino. Diario que abarca desde junio de 1970 hasta junio de 1971.
  • S.O.S. El sentido del progreso desde mi obra (1976). Destino. Discurso de ingreso en la RAE., y dos ensayos más.
  • Castilla, lo castellano y los castellanos (1979). Planeta. Antología de textos con fotografías de Alberto Viñals.
  • Un mundo que agoniza (1979). Plaza & Janés. Reedición del discurso de ingreso en la Academia.
  • El otro fútbol (1982). Destino. Artículos.
  • La censura de prensa en los años 40 (y otros ensayos) (1985). Ámbito.
  • Castilla habla (1986). Destino. Crónicas de viejos oficios y sus protagonistas.
  • Mi querida bicicleta (1988). Miñón. Libro infantil.
  • Mi vida al aire libre: memorias deportivas de un hombre sedentario (1989). Destino.
  • Pegar la hebra (1990). Destino. Artículos y conferencias.
  • La vida sobre ruedas (1992). Destino. Con ilustraciones de Arnal Ballester. (2004). Planeta & Oxford.
  • Los niños (1994). Planeta. Antología de textos sobre el mundo de la infancia.
  • He dicho (1996). Destino. Ensayos y artículos (incluye el discurso de recepción del Premio Cervantes).
  • Miguel Delibes y Josep Vergés, Correspondencia 1948-1986 (2002).
  • España 1939-1950. Muerte y resurrección de la novela española. (2004). Destino.
  • La tierra herida: ¿qué mundo heredarán nuestros hijos? (2005). Destino. En colaboración con su hijo Miguel Delibes de Castro.

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Capítulo I

Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba...

Su padre entendía que esto era progresar; Daniel, el Mochuelo, no lo sabía exactamente. El que él estudiase el Bachillerato en la ciudad podía ser, a la larga, efectivamente, un progreso. Ramón, el hijo del boticario, estudiaba ya para abogado en la ciudad, y cuando les visitaba, durante las vacaciones, venía empingorotado como un pavo real y les miraba a todos por encima del hombro; incluso al salir de misa los domingos y fiestas de guardar, se permitía corregir las palabras que don José, el cura, que era un gran santo, pronunciara desde el púlpito. Si esto era progresar, el marcharse a la ciudad a iniciar el Bachillerato, constituía, sin duda, la base de este progreso.

Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios de Bachillerato constaban, según decían, de siete años y, después, los estudios superiores, en la Universidad, de otros tantos años, por lo menos. ¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento exigiera catorce años de esfuerzo, tres más de los que ahora contaba Daniel? Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo —pensaba el Mochuelo— y, a fin de cuentas, habrá quien, al cabo de catorce años de estudio, no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era así de rara, absurda y caprichosa. El caso era trabajar y afanarse en las cosas inútiles o poco prácticas.

Daniel, el Mochuelo, se revolvió en el lecho y los muelles de su camastro de hierro chirriaron desagradablemente. Que él recordase, era ésta la primera vez que no se dormía tan pronto caía en la cama. Pero esta noche tenía muchas cosas en que pensar. Mañana, tal vez, no fuese ya tiempo. Por la mañana, a las nueve en punto, tomaría el rápido ascendente y se despediría del pueblo hasta las Navidades. Tres meses encerrado en un colegio. A Daniel, el Mochuelo, le pareció que le faltaba aire y respiró con ansia dos o tres veces. Presintió la escena de la partida y pensó que no sabría contener las lágrimas, por más que su amigo Roque, el Moñigo, le dijese que un hombre bien hombre no debe llorar aunque se le muera el padre. Y el Moñigo tampoco era cualquier cosa, aunque contase dos años más que él y aún no hubiera empezado el Bachillerato. Ni lo empezaría nunca, tampoco. Paco, el herrero, no aspiraba a que su hijo progresase; se conformaba con que fuera herrero como él y tuviese suficiente habilidad para someter el hierro a su capricho. ¡Ése sí que era un oficio bonito! Y para ser herrero no hacía falta estudiar catorce años, ni trece, ni doce, ni diez, ni nueve, ni ninguno. Y se podía ser un hombre membrudo y gigantesco, como lo era el padre del Moñigo.

El camino.