La película "La infiltrada", de Arantxa Echevarría, ha puesto rostro a un perfil acostumbrado a vivir en el anonimato: el de los agentes encubiertos e infiltrados. Dos figuras aparentemente iguales, pero con mayor protección legal en el caso de los encubiertos.

El objetivo es pasar lo más desapercibido posible, ser uno más. "Tener un activo dentro de la organización que aporte información relevante, con el objetivo de desarticularla o neutralizarla", explica Antonio Cera, profesor de Criminología de la Universidad Miguel de Cervantes.

Fingir una doble vida, hacerse pasar por alguien que no se es, sin que nadie sepa del sacrificio. Una misión cada vez más complicada para luchar contra el terrorismo actual, es decir, "organizaciones dispersas que tienen lobos solitarios y grupos muy pequeños", lo cual no impide a los agentes encubiertos neutralizar ataques en ocasiones. "Pero sí se pueden obtener informaciones respecto a quiénes son los encargados de la captación, difusión, incluso de la planificación y ejecución", añade.

Lo que no cambia es el riesgo de la misión. Es más, incluso se acentúa porque nuestra huella digital nos puede delatar en cualquier momento. "Las redes sociales son un nuevo desafío para planificar una misión segura", comenta Felipe Soto, profesor de Psicopatología y Salud Mental de la Universidad de Salamanca.

Es vital también tener una fortaleza mental para saber manejar dobles situaciones, así como ir siempre de la mano del controlador, que será la figura que le dé ese cable a tierra y "que la mente no juegue una mala pasada". Y que, en caso de riesgo, proceda al rescate cuando se activen las alarmas. Incluso cuando la misión termine y la recompensa sea su satisfacción personal, porque nadie podrá reconocer su esfuerzo públicamente.

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